Opinión

Estriptís y condenas

Por Jairo Andrés Vargas

La agitación se instaló en días pasados en las conversaciones del Oriente de Caldas por cuenta de un espectáculo de estriptís (hispanización del término anglosajón striptease) que se realizó en una discoteca del casco urbano de Marquetalia.

Para continuar, es preciso aclarar que este escrito no pretende elevarse como la verdad absoluta o el juzgamiento a lo que se realizó o a quiénes asistieron, porque en realidad más allá de lo que sucedió o no sucedió esa noche, cobran especial relevancia los discursos que se pronunciaron frente a estos hechos, con énfasis en la complicada separación entre el Estado y la iglesia (en este caso la católica), el Estado de opinión, entre otros.

Las autoridades de Marquetalia se pronunciaron con las supuestas medidas que se tomaron respecto al acto, en la que señalaron que el establecimiento no había indicado que realizaría este tipo de actividades y que el permiso otorgado contemplaba únicamente la extensión del horario. Si bien a la luz de la Ley 1801 de 2016, en su artículo 32, un lugar privado abierto al público (en este caso el negocio nocturno) no se considera un lugar estrictamente privado y las autoridades municipales pueden actuar para procurar el derecho a la privacidad y a las relaciones respetuosas de los ciudadanos; es bien preocupante que estas sanciones se realicen con base en términos como las “sanas costumbres” y la “moralidad”.

A lo anterior hay que sumar lo preocupante que puede ser que funcionarios públicos, cuya única obligación debe ser con la Constitución Política de 1991 (la cual anota que Colombia es un Estado laico) declaren que buscaban reunirse con el párroco local para rendir cuentas sobre las actuaciones que se habían tomado sobre ese hecho, como si la misma divulgación de un vídeo en redes oficiales no fuera suficiente para que el religioso se enterara.

No se puede desconocer la importancia del sacerdote católico en los pueblos de nuestro país, no solo como un líder religioso, sino como un líder de opinión. Así como tampoco la importante labor que en ocasiones realizan en procura de causas sociales con la comunidad, pero frente a las autoridades civiles y militares y acudiendo nuevamente a la Constitución de 1991, los curas son ciudadanos como usted y como yo, por ende, no se debe tener ningún tratamiento especial.

Apelar a la “moralidad” y “las sanas costumbres”, para imponer sanciones desde lo público, tiene tanto de largo, como de ancho y peor aún, puede abrir la puerta a peligrosas violaciones de las libertades individuales. Bajo este tipo de consignas, a lo largo de la historia, se han vulnerado derechos, estigmatizado grupos humanos y hasta perpetrado lo más execrables crímenes.

La aprobación de un espectáculo, en el que hombres y mujeres se desnudan y al que acudieron (según las mismas autoridades) personas mayores de 18 años, en uso de todas sus facultades, tampoco puede estar ligado a un comité de aplausos o restringirse por el número de quejas que se generan. Lo que para unos puede ser totalmente abominable en materia de buenas costumbres y moralidad, para otros puede ser un acto apenas normal. En Irán, por ejemplo, la “Policía de la Moral” le propinó una golpiza que causó la muerte a la joven Mahsa Amini y todo por no cubrir correctamente su cabeza con un velo y dejar ver su cabello. Por otra parte, el aparato propagandístico de la Alemania Nazi, instauró en la mente de millones de personas, que los judíos eran un pueblo inmoral. Las consecuencias de esas palabras hacen parte del catálogo de horrores que ha vivido la humanidad.

Algunos anotarán que no son comparables los anteriores ejemplos con lo que sucedió en la discoteca de Marquetalia y tienen razón, pero la invitación es a pensar lo gaseosos que pueden ser esos discursos pronunciados por las autoridades del municipio. Que algo nos escandalice o no nos guste, desde que no exista algo ilegal, no significa que se deba prohibir.

Por otra parte, varios medios de comunicación hicieron eco del sermón del sacerdote durante una misa en la que anotaba que en tiempos del padre Antonio María Hincapié (prohombre de esa localidad y quién de antemano merece todo el respeto y reconocimiento), no se permitían este tipo de actos en los establecimientos durante la Cuaresma. Mauricio García Villegas, en su obra “El país de las emociones tristes” en el que hace un gran análisis del ser y el sentir de la nación colombiana, menciona precisamente esa dicotomía a la que se enfrenta este país, en el algunos quieren vivir en el pasado y otros, a la luz de las nuevas ciudadanías y libertades, marcan un ritmo en diferente dirección. Y agrega citando a Bertolt Brecht, “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”.

(Este debate puede continuar…)

JAIRO ANDRÉS VARGAS D.

Twitter: @AVargasDel

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