Opinión

Un Viaje al Campo

Por Diego Armando Cárdenas Rendón

No es nada fácil escribir en casa después de haber recorrido un pequeño tramo del país, ni confesar que, si bien mi trabajo me llevó a ser testigo del estilo de vida de los campesinos colombianos, ha sido una experiencia bastante difícil de asimilar y lo pensaré dos veces para repetirla. Antes de emprender el viaje la existencia de dos Colombias, expuesta en noticieros de toda clase, libros, cine, pinturas y testimonios de algunos allegados, era apenas una impresión; pues nunca había tenido la oportunidad de conocer realmente el país en el que no vivo.

La primera de estas dos Colombias es la urbana, aquella que cuenta con todas las comodidades que un citadino puede tener para vivir; comunicación, transporte, educación, alimentación, necesidades básicas saldadas y lujos que alguien pueda imaginar. La segunda es la Colombia rural; cuyos habitantes, a pesar de las dificultades, permanecen en el campo cultivando nuestro alimento y aportando a la construcción del país. Es precisamente de esta última de la que quiero hablar hoy en este espacio.

Cuando se conoce a profundidad el habitar rural, la perspectiva social cambia profundamente y queda a un lado esa visión romántica de la pobreza y la resiliencia alabada por la sociedad tradicional y los mass media. Los diálogos con las familias rurales, quienes reciben a sus visitas de la manera más amable posible y brindan lo poco que tienen, conducen a preguntas como: ¿Por qué el campesino es feliz a pesar de sus precarias condiciones de vida? ¿Es posible mejorarlas? ¿Cuándo dejará de ver la guerra como una característica del campo? ¿En qué momento el gobierno nacional se preocupará por el campo y sus habitantes? ¿A qué se debe el abandono a la ruralidad?

Es inconcebible que la vida en el campo sea tan difícil y que sus habitantes normalicen el hecho de vivir en medio de un sinfín de carencias. La población campesina es una de las más olvidadas del país, ya que, las políticas públicas propuestas y ejecutadas son insuficientes para garantizar su calidad de vida y por ende se ve obligada a sobrevivir sin servicios básicos, difícil acceso a la educación y confrontaciones armadas; necesidades que se resumen en altos índices de pobreza.

Según datos expuestos por el DANE; casi cinco millones de habitantes del campo se encuentran en pobreza monetaria. Teniendo en cuenta el censo poblacional del 2018, cuyos resultados muestran que esta zona está habitada por once millones de personas, aproximadamente la mitad vive con penurias.

En cuanto al conflicto armado, no podemos negar que el tratado de Paz entre el Estado y las FARC-EP firmado en 2016 disminuyó la violencia, sin embargo, las disidencias y otros grupos insurgentes siguen controlando los territorios rurales. La ausencia estatal en el campo es el caldo de cultivo perfecto para que la beligerancia domine cada uno de los aspectos de la vida rural e infunda temor para ganarse el respeto de la ciudadanía campesina; impone reglas, castigos, maneja la economía, los cultivos, cobra impuestos; entre otras tantas acciones que violan las libertades políticas. Lamentablemente, el gobierno colombiano siempre ha confundido presencia estatal con presencia de fuerza pública, un hecho que agrava la situación de los campesinos y que se presta para que aumenten los enfrentamientos y sean ellos quienes sufren la peor parte.

Para que las condiciones de vida mejoren en los territorios rurales la ideología armada de los dirigentes políticos debe cambiar en su totalidad. De igual manera, es imperativo que se garanticen los derechos fundamentales y humanos de los campesinos asegurando el cubrimiento de sus necesidades básicas. Es inaudito que bajo la excusa de vivir en zonas apartadas o de difícil acceso el país no les brinde saneamiento básico: agua potable ni centros de salud, como tampoco escuelas ni educación de calidad y que el acompañamiento estatal se reduzca a visitadores del SISBEN o del censo poblacional. Por estas razones, el escepticismo y desconfianza hacia la política y los dirigentes es comprensible.

Aún bajo estas circunstancias, los habitantes de las zonas rurales se llenan de orgullo al identificarse como campesinos. La mayoría de ellos se entienden a sí mismos como una raza, tienen absoluta consciencia del papel que juegan en la sociedad y de sus grandes aportes a quienes vivimos en las ciudades.

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