Opinión

Un madrazo lleva alma

Por Diego Armando Cárdenas Rendón

Desde hace mucho tiempo un hecho idiomático me tiene bastante pensativo y aprovechando que hoy es el Día del Idioma y del Libro quiero tomar este espacio para reflexionarlo. El vocabulario soez, las groserías o los madrazos hacen parte de la cultura y las costumbres colombianas; son tan tradicionales como el tinto o la arepa y cada uno de los nacidos y criados en este país las conoce perfectamente y los ha dicho. Pero que los niños lo vean como lenguaje normal en su contexto si es un hecho que debería preocuparnos.

Somos una sociedad grosera y expresar este tipo de vocabulario es casi que un rito de desahogo en determinadas situaciones. No me imagino a un colombiano lanzar un simple ¡AY! o usar expresiones como ¡RECÓRCHOLIS! o ¡DIOS MÍO BENDITO! después de un golpe o una caída, el más decente dirá una sola palabra soez, para el resto hay un buen repertorio. Así mismo, la persona enojada encuentra en él la mejor forma de expresarse frente al otro implicado mientras aguanta las ganas de recurrir a la violencia física. Sí, este tipo de palabras son violentas.

En este sentido podemos afirmar que las palabras soeces tienen toda una carga semántica y emotiva que brinda tranquilidad y placer al sujeto, luego de expresarlas. Mejor dicho, un madrazo sale de lo más profundo del alma porque es la manera en la que se exterioriza un dolor sea cual sea.  

Pero en medio de todo esto hay un grave problema que muchos considerarán moral y que otros no lo tomarán con la seriedad que merece pero se constituye como consecuencia de la época consumista y decadente que estamos viviendo y los mas afectados son los niños.

Anteriormente las “malas palabras” estaban reservadas al uso exclusivo de los adultos, escuchar a un niño decirlas era más grave que un sacrilegio y bajo estas condiciones debo manifestar que mi educación me llevó a pensar de esa manera, por lo que me asombra que para los más pequeños sean expresiones tan habituales como mamá o papá. Son tan pronunciadas por ellos que lo anormal es escuchar a uno que se exprese sin usarlas, hecho que se presenta por dos razones.

En primer lugar la educación familiar ha decaído tanto que los padres de esta generación poco o nada se interesan por la manera en la que sus hijos se expresan. Las correcciones han desaparecido totalmente del panorama familiar, no hay reglas establecidas ni autoridad que controle comportamientos por lo que los niños se toman las atribuciones de adultos, entre ellos el habla grosera. Estamos perdiendo toda una generación en los hogares colombianos.

Por otra parte, el consumismo y la globalización llevaron a los niños a vivir en medio de un contexto vulgar. No solo escuchan “malas palabras” de adultos desconocidos o familiares, las redes sociales y el internet en general están invadidos de ellas por lo que las toman como algo “normal” y las lanzan sin comprenderlas y en cualquier momento.

Adicionalmente el reggaetón, como la mejor muestra de la cultura decadente actual, ha invadido los oídos de cada habitante de la tierra con el uso constante de palabras soeces, de insultos a la mujer y de peticiones directas de sexo de la manera más burda posible y eso es lo que escuchan los niños de hoy.

Me asombra bastante que no se preste suficiente atención a la manera en la que los niños hablan y en esto los adultos somos corresponsables, no basta mandarnos las manos a la cabeza cada vez que escuchamos un menor decir palabras soeces. ¿Dónde queda la educación moral? Porque de eso se trata, de educar moralmente a los niños para que se relacionen y se expresen adecuadamente pero para eso si tenemos que ser extremadamente moralistas.

BC Noticias

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