Opinión

La maldición de los Juegos Nacionales

Por Jairo Andrés Vargas Delgado

En medio de las alertas que se prenden día a día por el estado de los escenarios o las falencias de la organización, el tiempo sigue pasando y de a poco se acerca la fecha de inicio de los XXII Juegos Nacionales, otorgados a Caldas, Risaralda, Quindío y algunos municipios del Valle del Cauca. Las justas del Eje Cafetero deberán realizarse, según el calendario, entre el 11 y el 23 de noviembre próximo. La celebración, que nació como el principal evento multideportivo de Colombia en 1928, para unir a todo un país e impulsar no solo el desarrollo deportivo nacional, sino el progreso de las ciudades o departamentos, se han convertido en una auténtica maldición para las regiones sede y en epítome de muchas de las desgracias nos afectan.

No son pocos los escándalos que se han presentado en los últimos años en el marco de los Juegos Deportivos Nacionales, la fiesta, que ha visto nacer a figuras tan importantes para nuestro deporte y que tantas alegrías le han traído al país, como María Isabel Urrutia, Cecilia Baena, Sandra Arenas o Yuri Alvear, se ha visto opacada por lo que pasa fuera de las pistas o de las canchas. Salvo en la anterior edición, que correspondió al departamento de Bolívar, que a grandes rasgos no presentó mayores demoras o denuncias por corrupción o sobre costos, las ediciones de Tolima y Chocó (2015) y Córdoba, Cauca y Norte de Santander (2012) han representado episodios para olvidar. A este camino parece ahora sumarse Caldas, Risaralda, Quindío y Valle del Cauca.

Paradójicamente todo esto sucedió, en el marco de la década de oro para el deporte olímpico nacional, cuando entre los Juegos Olímpicos de Londres 2012, Río de Janeiro 2012 y Tokio 2020, el país logró 23 medallas, frente a las 12 que había obtenido en anteriores justas, desde que participó por primera vez en Los Ángeles 1932. Una vez más, los ciudadanos siendo superiores a los gobernantes.

Los Juegos son ahora una muestra de la falta de planeación y ejecución en el mediano y largo plazo que afecta el ejercicio de lo público en Colombia y de como no somos capaces de construir sobre lo construido. Al mismo tiempo de la poca capacidad que tenemos los colombianos, para unirnos en proyectos de nación o en este caso de región y de la ausencia de grandes liderazgos. Y ni hablar de la corrupción, ese karma que recorre cada entidad, cada proyecto o cada acción que desde lo público se ejecute. Aunque las sedes de las Juegos Nacionales se han diversificado, para intentar llevar mejor infraestructura deportiva a más municipios y no solo a las ciudades capitales, esto no ha significado grandes herencias para los territorios, por el contrario, a Ibagué lo dejaron sin piscinas olímpicas, coliseo menor o complejo de raquetas y en otras zonas los escenarios que se terminaron a la carrera y con malos materiales, se caen a pedazos.

Otro de los males que afectan a los Nacionales, es que, a pesar del fortalecimiento de departamentos intermedios como Bolívar, Boyacá, Risaralda, Santander y Cundinamarca, entre otros, en el medallero, las diferencias siguen siendo abismales frente a la Colombia de la periferia. En Amazonas, Guaviare, Vaupés, Guainía, solo por citar algunos ejemplos, el desarrollo deportivo es insípido o nulo. Muy lejos caminan Antioquia, Valle y Bogotá, que se posicionan siempre en los primeros lugares.

Salvo un milagro, los XXII Juegos Nacionales pasarán con más pena que gloria para las regiones sede. En Caldas, a pesar de las declaraciones rimbombantes del gobernador y el alcalde de Manizales, no habrá escenarios deslumbrantes u obras que valorar en el tiempo. Aunque la oportunidad estaba servida, esta vez tampoco será Caldas la que de Colombia marque el compás de la marcha triunfal. 

Twitter: @AVargasDel

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