Por Diego Armando Cárdenas Rendón
No debería extrañarnos que Gustavo Petro convoque a marchas. Si dice ser el “Gobierno del Pueblo” debe demostrarlo considerando las posturas del capital electoral que lo llevó a la Casa de Nariño y que mejor manera de hacerlo que en las calles; con esos ciudadanos de a pie que se han visto directamente afectados por las decisiones de los poderosos durante décadas y vieron en él la esperanza del cambio.
Sin embargo, esos cambios son bastante difíciles de lograr, pues a pesar de su desorden y mala imagen, la política tradicional, ahora en oposición, todavía tiene fuerza para obstaculizarlos e influencia para que el pueblo los rechace. El panorama de la negociación también es oscuro, pues las ideologías oficiales y contradictoras son los suficientemente radicales como para no conseguir consensos o sumirse en mermeladas y favores políticos. De ahí que, Gustavo Petro busque alternativas para cumplir sus promesas de campaña, no seguir decepcionando a sus electores y realizar aportes realmente valiosos al país. La convocatoria a la marcha es coherente con su manera de hacer política; cercano a la ciudadanía. Si bien no participó en el recorrido, el recibimiento que brindó a los manifestantes fue caluroso, quienes prestaron atención a su discurso de cierre pronunciado en el balcón presidencial.
Los tratos de populista y de creerse aún en oposición por el llamado a la protesta no tienen mucho peso, esas son sus raíces y nunca las ha abandonado; si lo hace perdería apoyo sociopolítico significativo para su gobernanza. El comportamiento del mandatario entonces, no debe ser el de un presidente administrador que toma decisiones desde una oficina o manda emisarios a sus tareas y solo asiste los eventos sociales y políticos importantes. Si quiere dejar un buen legado en Colombia y convertirse en el precursor del nuevo camino, debe hacerlo al lado de esa ciudadanía que lo eligió, sin olvidar su papel como presidente. Debe gobernar en las calles y eso es lo que está haciendo.
Por su parte, la oposición derechista, ultraderechista y la política tradicional, también planearon manifestaciones que llevaron a cabo al día siguiente. Según sus integrantes, las reformas que plantea el gobierno son nocivas para la sociedad colombiana porque dichas medidas tienen tintes dictatoriales que buscan destruir lo que se ha logrado en décadas.
Debemos reconocer que las marchas de la oposición fueron más concurridas que las del gobierno, teniendo en cuenta que hasta ahora están encontrando puntos de convergencia y cabezas visibles después de la caída de Álvaro Uribe e Iván Duque como máximos representantes de la derecha colombiana.
Lo curioso del tema es que estos derechistas anteriormente expresaban rechazo a cualquier atisbo de manifestación y por años han tratado de delincuentes y guerrilleros a quienes marchan en las calles. Ahora que están al otro lado del banquillo su labor es criticar y obstaculizar las propuestas del gobierno y se lo tienen que tomar en serio, pero desarrollar las mismas acciones de la izquierda y afirmar que tenemos buenos servicios es descabellado. Según ellos; los sistemas de salud, pensiones y educación son los mejores porque tienen amplia cobertura, sin importar las condiciones bajo las que estos se presten y que miles de colombianos siguen sin acceso a tales derechos fundamentales.
Ni el presidente, ni el pueblo pueden cambiar la historia de corrupción, violencia y violación de derechos humanos en la que ha vivido el país por más de cincuenta años. Es una gran falla creer que un gobierno diferente puede desaparecer los problemas con un chasquido, al igual que seguir haciendo lo mismo que las maquinarias han hecho este medio siglo va a llevar al país a la altura de Europa.
Lo mejor, en medio de todo lo ocurrido, es que tanto gobierno como oposición salieron a las calles a manifestar sus descontentos, los dos bandos tuvieron la oportunidad y las garantías de expresar abiertamente sus posturas y eso demuestra que, a pesar de sus debilidades, la democracia colombiana funciona y eso es lo que debemos celebrar.
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