Opinión

Sin derecho a torturar en nombre de Dios

Por Juan Pablo Ospina

“Amigo están muy pegados”. Con esta frase y un tonito de desaprobación un desconocido nos intimidó mi novio y a mí hace varios días cuando íbamos caminando cogidos de la mano por la facultad de arquitectura de la Nacional. No solté la mano de mi novio, pero las 4 cuadras siguientes volteé hacia atrás en cada esquina para revisar que nadie estuviera siguiéndonos. No fue la primera vez que alguien me hizo sentir que estaba mal amar a otro ser humano de una manera no heterosexual y estoy seguro que no será la última.

Así como esa persona que nos intimidó ese día existen muchos otros colombianos que aún creen que ser gay, lesbiana, bisexual o trans es una anormalidad, un pecado, un error, una enfermedad que se puede corregir o curar. Son estos mismos colombianos autoproclamados defensores de la moral y los valores tradicionales los que justifican su odio contra la población LGBT en esos mismos valores que dicen defender. Bajo las banderas de la fe muchos promueven torturas físicas, psicológicas y sexuales a niños, jóvenes y adultos para curarlos con el poder del evangelio. Porque sí, aún tratan de cambiarnos a la fuerza desconociendo todas las declaraciones científicas y de derechos humanos que afirman y comprueban que ser LGBT no es una enfermedad y es solamente una variación de la sexualidad humana.

1 de cada 5 personas LGBT ha sido víctima de las mal llamadas terapias de conversión, con las que grupos cristianos ultraconservadores y radicales buscan curar o corregir la orientación sexual y la identidad de géneros de las personas homosexuales, bisexuales o trans. A través de cualquier tipo de vejámenes como electrochoques, violaciones, mutilaciones, castigos físicos, humillaciones públicas, atentan contra la dignidad de las personas que dicen “querer ayudar”. Entonces, esos buenos valores cristianos que defienden y pregonan en los cultos cada fin de semana no se aplican cuando de defender su statu quo se trata. Y hablo de cristianos porque todos los testimonios de víctimas sobrevivientes a estos centros de tortura tienen el mismo lugar común; los grupos religiosos, específicamente cristianos.

Aunque la Constitución condena y prohíbe cualquier tipo de tortura y por más que los activistas religiosos los sigan negando este tipo de prácticas contra las personas LGBT existen, no solo en Colombia sino en todo el mundo. Medios de comunicación como El Tiempo, El Espectador, Semana, La W y Blu Radio y la misma fiscalía han documentado varios casos de centros de conversión que han sido desmantelados en el país. Por increíble que parezca hay personas que defienden solapadamente este tipo de torturas, como el activista cristiano que recuso al representante a la Cámara Mauricio Toro por radicar un proyecto de ley para prohibir estas torturas contra la población LGBT por ser abiertamente homosexual.

El recusador dice textualmente en el documento que hoy se encuentra estudiando la Comisión de Ética de la Cámara de representantes que “el ponente, que es homosexual, solo prohíbe los cambios de orientación sexual a la heterosexual”. No solo es un homofóbico por atacar la orientación sexual del representante, sino que es un charlatán al afirmar que a los heterosexuales también se les tortura para para que se vuelvan homosexuales. Además, ha participado en entrevistas en las que ha atacado a los periodistas que le cuestionan sus argumentos homofóbicos y falaces, ha dicho abiertamente que se opone al progresismo que persigue y condena a conservadores religiosos y ha dejado entrever que apoya completamente estas terapias. Me pregunto entonces, si el motivo que tuvo para presentar la recusación fue que de verdad el proyecto de ley no era de interés general o porque le iba a quitar su derecho a torturar en el nombre de Dios.

Mientras el proyecto de ley Inconvertibles puede debatirse en el Congreso las personas LGBT seguiremos marchando y levantando nuestra voz cada junio, no solo en Colombia sino en todo el mundo, para hacerle saber a todas las personas que nuestra forma de amar y existir desde la diversidad no es ninguna enfermedad que se pueda curar, que hacerse llamar a sí mismos guardianes de la fe y la moral no les da permiso a torturar a todo aquel que amenaza su statu quo y cualquiera que diga que el evangelio puede curar algo que no es una enfermedad es un charlatán.

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