Por: Juano Jurado
El último libro del escritor colombiano Gabriel García Márquez fue publicado este año, exactamente el 06 de marzo, de inmediato la publicidad nos invadió a todos haciendo referencia a la nueva novela de García Márquez. Las librerías se inundaron de ejemplares, los lectores corrieron a leer rápidamente la novedad y se comenzaron a ver reseñas y textos críticos sobre el mismo.
Más allá de todo lo que sucedió alrededor de ese suceso literario y cultural, yo no leí el libro de inmediato, aunque lo adquirí, no soportaba la invasión de comentarios sobre la novela, sobre los hijos del escritor, sobre la pertinencia o no de la publicación de la obra de arte. Hasta que un día decidí abrir el libro y comenzar a leerlo, empecé a saber de la existencia de Magdalena, la protagonista, y cuando terminó su primera visita en agosto y se programó para su próxima visita, decidí hacer lo mismo. Cerré el libro y no lo volví abrir hasta el pasado mes de agosto para encontrarme con Magdalena y acompañarla en su incansable búsqueda de respuestas.
La entendí, la conocí profundamente, fui empático con su situación y comprendí la necesidad que tenía esta mujer de buscar un día al año de soledad y libertad, de encontrarse de frente con la aventura negada durante el resto de días de la anualidad, salir de la rutina, escapar de la perfección, equivocarse, extrañar, llorar y sentir el fracaso una y otra vez.
No trato de hacer una crítica literaria, se trata de un guiño a la necesidad de escribir y un llamado de atención para la menospreciada necesidad de leer, de encontrarnos entre los personajes y escenarios creados por los autores, para relacionarnos y perdernos con ellos y en ellos.
Es que cuando decidí dejar la lectura del libro para después, varias veces sentí lo que expresaba Magdalena, ansiedad por que llegara el otro año, por planear encuentros perfectos y soñados, pero como a ella, a mí también me sorprendió nuestra cita. No salió como esperaba, no la leí cuando debía, no encontré los espacios que buscaba. Pero igual lo vivimos juntos.
Magdalena es el reflejo de muchas mujeres y hombres que, al alcanzar cierta plenitud en la vida, se preguntas ¿esto fue todo?, un prototipo ideal de persona con un matrimonio feliz, sus hijos educados y encaminados, una pareja exitosa, sin afugias económicas. Pero ahí, ahí donde aparentemente todo funciona perfectamente nace el caos.
La paradoja de la felicidad alcanzada para terminar viviendo un infierno, la invitación a escapar, los temas que siempre fueron obsesión de García Márquez como la soledad, el amor y la muerte.
Finalmente, la cereza del pastel, la genialidad del escritor colombiano para proponer hace más de 20 años la idea de la mujer liberada, la mujer que se levanta de una sociedad que la mantiene al margen para buscar sus propios espacios de surgimiento sexual, espiritual, humano. El propio García Márquez parece reflejarse en Magdalena, pues también él se aleja de sus personajes femeninos generalmente subyugados y ahora junto con la protagonista se distancian de todo tipo de estándares y prototipos.
Hace cuánto tiempo el mismo escritor colombiano había estado escapando de esas dinámicas del hombre letrado e intentando explicar y abordar otros asuntos de la sociedad que van más allá del estilo y las estructuras literarias para llegar finalmente a propuestas de escritura más libre, reflexiva y filosófica.
Brindemos por más sujetos libres, por más espacios de soledad, por la oportunidad que nos brinda la vida de encontrar y construir un escenario individual e íntimo donde nos abracemos con la felicidad. Brindemos porque cada uno de nosotros logre edificar su propio 16 de agosto.
BC Noticias
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