Opinión: «Soy un asesino, pero defiendo la vida»
Opinión por Chucho
Leer en las redes sociales, escuchar en reuniones, en las esquinas o en corrillos como personas celebran a rabiar que un toro mató a un torero, al enterrarle su pitón en un costado, fracturarle las vértebras y romperle el pulmón, simplemente da asco y sensación de fastidio por esos que se camuflan en la identidad de animalistas, pero que son unos blasfemos y escorias humanas.
Veamos. Los seres humanos también somos una especie animal y si de animalismo se trata entonces hay que defender a todas las especies. Aves, mamíferos, reptiles, peces, felinos, insectos y por supuesto humanos.
No me cabe en la cabeza ni tampoco creo que sea lógico que a cualquiera de esos “animalistas” que la cabeza no les sirve para algo más que peinarse, portar unas gafas o padecer una crónica diarrea mental… diga disparates como “noticias que alegran”, “rabo y orejas para el toro”.
¿Cómo puede un ser humano alegrarse de la muerte de un par suyo? ¿Cómo puede un ser, que se supone es racional, defender a los animales del maltrato del hombre, celebrando la muerte de un similar, que además también es animal?
Esos animalistas que dicen cada disparate, para colmo de males llenan demás ignorancia aún al nutrido movimiento antitaurino, que se ha evidenciado, existe en el mundo. Pues juntos, falsos animalistas y detractores de la fiesta brava, están llevando una lucha absurda en contra de una práctica que gústenos o no, tiene una amplia tradición, es una expresión artística y que permite a los taurinos una admiración por el toro que ningún otro ser humano es capaz de tener, ni siquiera de entender.
Hago un paréntesis en esto último que dije. Entender la tauromaquia no es fácil. No es cómo el fútbol que con ir al estadio, patear un balón o verlo en la televisión ya se es experto. Incluso es tan básico ese deporte que los futbolistas se quitan sus camisetas, sus pantalones cortos y los guayos, para lucir elegantes vestidos, finos zapatos y ser estrellas en los medios audiovisuales.
Entender el mundo del toro no es solo entender lo que pasa en el redondel sonoro. Hay que ver cómo los ganaderos se esfuerzan por obtener las crías con un estudio genético que no se le hace a ninguna otra especie. Se analiza el comportamiento de sus padres, de sus abuelos y el de la vaquilla que se inseminará.
El tiempo en que el toro pasa en los potreros, tiene mejor trato que incluso algunos humanos. Todo en su entorno, alimentación y cuidados es con lo más selecto. Cuando el toro llega a la plaza hace parte de una fiesta artística (así no queramos aceptar que es arte) en la que toro y humano luchan por sus vidas.
El toro ya muerto trae beneficios alimenticios para el depredador, es decir para el humano. Algo normal dentro de una cadena alimenticia.
Pero claro una vez más aparece la ignorancia, que eso sí, siempre es bien atrevida esa condenada. Los animalistas han ido poniendo a los animales no racionales en niveles absurdos. Dónde llegan a ponerse muy por debajo de esas especies cayendo en un “pensamiento troglodita, arcaico y sin explicación alguna” cómo se lo leí a un docente de la Universidad de Manizales en el perfil de Facebook de un periodista de esta ciudad taurina.
Ahora, los animalistas se rasgan las vestiduras por el “respeto” animal y son los primeros que irrespetan a las otras especies dándoles lugares que no les corresponden. Perros a bordo de coches para bebés, gatos viajando horas y horas en cajas donde a duras penas solo caben ellos, poniendo a las mascotas a habitar espacios muy reducidos en diminutas residencias, evitando que los animales corran y jueguen libres como podría ser en casas de campo, castrando o esterilizándolos y prohibiéndoles que puedan disfrutar del placer del apareamiento, impedir la reproducción, entre otros maltratos salvajes como cortarles las colas y las orejas etc.
Los “defensores de los animales” poco o nada hacen por defender su propia especie. Pocas campañas se les ven promoviendo el respeto por los niños, las mujeres y los hombres. No se les ve un pronunciamiento enérgico ni mucho menos una campaña seria para evitar que entre combos, pandillas o barras bravas, de esas que integran una cantidad de desadaptados antisociales, se agredan a puño limpio, patadas, puñales o balazos por un origen tan miserable y ridículo como mirarse feo, una frontera imaginaria, 10 pesos o lo que es aún más estúpido… el color de una camiseta de fútbol.
Los antitaurinos y animalistas además prefieren seguir permitiendo que el barrismo, por tomar un ejemplo, siga sin ninguna restricción. Ellos son indiferentes ante esas expresiones violentas y tienen el atrevimiento de llamar violentos a los taurinos.
Los antitaurinos agreden verbalmente a sus semejantes, los señalan de la peor manera y a cambio no reciben insultos ni improperios. Sólo un elegante rechazo.
Para culminar… prefiero que se acabe el fútbol y con él el terrorismo de las barras bravas a que se acaben las corridas de toros. Pues en mis 30 años de vida no tengo recuerdos de una muerte de un aficionado taurino por diferencias, discusiones o disgustos con otro que estaba dentro de la plaza.
*Esta columna refleja el pensamiento del columnista.
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