Opinión

Más que un Problema Tributario

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Por Diego Armando Cárdenas Rendón

Toda iglesia debería pagar impuestos, además de recoger dinero entre sus feligreses tienen un sinnúmero de propiedades de las que se lucran sin el mayor control tributario. Pero eso no va a suceder por ahora; incluso Gustavo Petro se ha manifestado en contra de la propuesta y no es para menos, pues algunas de ellas apoyaron su campaña. Precisamente, lo más preocupante en medio de esta discusión es el alto nivel de injerencia que tiene la religión en la política colombiana, aun así, ninguna de ellas tributa y su participación se traduce en serios problemas de gobernanza, dado su poder de influencia y su fuerte capital electoral.

Se supone que Colombia es un estado laico, es decir que la administración nacional no se inscribe en ningún culto religioso y tampoco puede imponerlo, pero diversos colectivos de este tipo se establecen como partidos políticos y participan, con candidatos propios o coaliciones, en todas las elecciones populares, incidiendo directamente en la dirección del país. De esta manera surgen las siguientes cuestiones; ¿Tan amplia es la democracia que permite la unión entre dos saberes tan diferentes como la religión y la política? ¿Pierden razón de ser las iglesias al trasladar sus labores a la política? ¿Puede el estado negar el aval de partido político a una comunidad creyente?

La democracia colombiana permite que todo tipo de colectivos se configuren como movimiento político siempre y cuando cumpla ciertas normas a la hora de participar en contiendas electorales; estatutos, principios, programas; entre otros, es decir que cualquier grupo puede registrarse como un partido. En cuanto a las iglesias, están constituidas para salvar almas y no para interferir con el estilo de vida de un país que cuenta con un velo bastante oscuro para darse cuenta de los que sucede realmente. Por último, si el estado niega el aval de partido político a una comunidad estaría violando el derecho constitucional a la libre asociación y a la participación política. Pero aprobarlo crea una serie de conflictos y lucha de intereses particulares que poco benefician a los demás habitantes del país, pues ejercer la política con camándula en mano; excluye las demás creencias y nubla el criterio para tomar decisiones que favorezcan a los habitantes nacionales.

Algunos líderes, se amparan en el derecho a la libertad de cultos para mostrar sus posturas frente a los acontecimientos que aquejan el país, acciones fácilmente aceptadas por la nación, pues si por algo se caracteriza es por su arraigo a los mandatos divinos, como si el mismísimo Dios fuera a bajar del cielo a solucionar los graves problemas que ellos mismos causaron.

En igual sentido, es bastante paradójico que el país se jacte de su independencia confesional mientras que desde el preámbulo de la Constitución Política se invoque la protección de Dios; precisamente el documento que pretendía cambiar el curso violento de la nación mantuvo en su preámbulo principios teológicos radicales no relacionados con la política.

Para algunos, el dios allí mencionado es un dios universal que encierra todas las creencias nacionales e invita a aceptarlas sin discriminaciones; sin embargo, las religiones son grupos radicales e intolerantes. Cada uno de ellos considera que el otro está equivocado o que es un “pecador”, por ende, debe unirse a su congregación y abandonar aquella a la que pertenece. De allí nace el conflicto, reflejado en diversos tipos de agresiones y ni que decir de los ateos a quienes difícilmente consideran seres humanos cuando manifiestan sus inclinaciones espirituales.

Aun así, no se trata de criticar ni de prohibir la religión, toda persona necesita de un sistema de creencias que si bien no la libra de las constantes crisis del mundo actual le ofrece refugio, tranquilidad y principios morales indispensables para la vida (aunque fallen la mayoría del tiempo). Esta se asume de forma netamente personal, que solo se relacione con aquellos que la comparten y en el marco del respeto hacia las demás por más equivocadas o absurdas que parezcan para evitar discordias.

Religión y política no se mezclan, cada una tiene unas tareas que cumplir y por ende son independientes; mientras que la primera se comparte en los círculos mas cercanos, la segunda si tiene funciones para toda la sociedad y cada ciudadano está obligado a cumplirlas.

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