Opinión

Diálogos con el ELN

Por Diego Armando Cárdenas Rendón

El último intento de diálogos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) se llevó a cabo en 2016 durante el mandato de Juan Manuel Santos, un presidente de Paz y quién, además, dejó las conversaciones sobre la mesa para que Iván Duque continuara el proceso; sin embargo, puso condiciones que lo obstaculizaron y que buscaban someter a los beligerantes. El 17 de enero de 2019 se produce el atentado a la Escuela de Cadetes General Santander de Bogotá D.C. y esta guerrilla se atribuye el hecho. De inmediato, y como era de esperarse, Duque toma postura bélica, rompe definitivamente los diálogos y vuelven los enfrentamientos armados.

La llegada de Gustavo Petro a la Casa de Nariño cambió el panorama y tanto él como los dirigentes del grupo guerrillero han mostrado disposición de diálogo para poner fin a uno de los conflictos internos más largos del país. Pero, en este momento hay varias cosas que considerar antes de instalar la mesa formalmente.

La relación entre el Estado y el ELN está totalmente atrofiada, lo primero entonces es recuperar la confianza entre las partes y frente a esta debilidad, el grupo armado ha expuesto que al momento de las negociaciones los acuerdos se deberán cumplir de inmediato.

El gobierno, también empezó a jugar sus cartas y Petro, desde su posesión, ha demostrado ser una persona estratégica en cada decisión que toma y lo afirmó con el anuncio de Venezuela como país garante del proceso. En primer lugar, esto le brinda tranquilidad al ELN, pues se sienten apoyados por un país que comparte sus tendencias políticas; en segundo, obliga a Nicolas Maduro a actuar en la frontera, vigilando las acciones del grupo guerrillero y a exponerlos en caso que les brinde refugio en su territorio, partiendo del supuesto de un papel bien cumplido.

Esta etapa inicial es bastante delicada, pues una falta, independiente a la parte que la cometa; puede retroceder el proceso y llevar nuevamente a la profundización del conflicto. Por eso, es fundamental que cada actor involucrado, además de manifestar buenas intenciones, cumpla con los compromisos adquiridos.

Tanto el Estado como el ELN saben que el ambiente ahora es tenso, pues los cuatro años de incumplimiento a los compromisos con las FARC, el asesinato sistemático de desmovilizados y líderes sociales y la retoma de las armas por parte de sus miembros; siembran temor en la guerrilla, quien considera al Estado incapaz de proteger a sus ciudadanos; mientras que para el gobierno es difícil ganarse la confianza y el respeto de su contraparte, pues permitió el avance del narcotráfico, el aumento de grupos armados y sigue ausente en gran parte del territorio, en el que las necesidades se profundizan.

Si se supera esta primera etapa, los diálogos empiezan a marchar y es ahí donde realmente se empezará a medir el talante del nuevo gobierno y las intenciones de Paz de la guerrilla. Un diálogo es una participación de dos partes, por ende tendrán que ceder en algunas cosas para que se lleve a buen término, no se trata del sometimiento total a la justicia y mucho menos del abandono de la democracia, todo lo contrario; se profundiza a favor de esa sociedad abandonada. 

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