Opinión: Del colegio a la Universidad

Por Christián Pérez

Una de las encrucijadas que por lo general afrontan todos los bachilleres en su último grado de formación en la educación media (grado 11°), es sobre las decisiones que tomarán de cara a su futuro profesional, a las posibilidades de emplearse a partir de la formación técnica, tecnológica o profesional que opten por desarrollar, o en el peor de los casos, ante las dificultades para acceder a la educación superior, llevándoles casi de manera inevitable a incorporarse al mercado laboral, engrosando las filas de millones de personas que fungen como mano de obra no calificada, cuyas posibilidades de movilidad social y progreso en las más de las veces son más bien remotas.

No obstante, si nos referimos al caso concreto de los solos bachilleres que aspiran a entrar a la Universidad para iniciar su formación profesional, encuentran en el camino una serie de barreras en el acceso, y una vez quienes hayan logrado acceder, las dificultades para garantizar su permanencia en el sistema universitario, habida cuenta de las dificultades económicas y/o familiares que puedan experimentar, que amenazan a los jóvenes con impedirles su ingreso a la universidad o con llevarlos a la deserción. Es el caso de los cerca de 12.660 futuros bachilleres que presentaron sus pruebas de Icfes el pasado 27 de agosto en el Departamento de Caldas.

Entre las barreras que impiden que muchos de los graduandos de bachillerato puedan acceder y permanecer en la formación superior, se pueden encontrar aparte de las consabidas dificultades económicas de muchos hogares para costear a sus hijos educación de calidad y las acusadas limitaciones en cobertura educativa de las universidades públicas, surgen otras como es el caso de la desorientación vocacional a la que se ven enfrentados miles de jóvenes, que no tienen necesariamente claro en su panorama, cuáles son sus mejores habilidades y aptitudes para optar por una carrera técnica, tecnológica o profesional que se ajuste a sus intereses y a sus reales capacidades, que posteriormente hagan de ellos buenos profesionales, satisfechos con su ejercicio profesional, al margen del suplicio que representa dedicar sus días a una actividad que no se disfruta.

En lo personal encarné en su momento de alguna forma la travesía que representa para los colegiales tomar una de las decisiones más importantes de su vida, como es el caso del camino profesional a tomar. Sufrí los rigores de la desorientación vocacional, lo cual se vio representado en múltiples intentos por alcanzar un cupo en la universidad, ya no solo por las limitaciones en su número, sino también frente al no tener claro que estudiar, al no conocer con certeza desde lo vocacional cual sería la mejor carrera para estudiar. Fue así como en mi encrucijada me presente a la universidad para estudiar ingeniería industrial, civil, de petróleos, de alimentos, criminalística, arquitectura, para finalmente resultar estudiando Administración Pública, carrera de la cual me siento orgullo.

No obstante la fortuna con la que corrí en lo personal (de resultar estudiando algo de acuerdo a mi vocación), no es la misma con la que cuentan miles de bachilleres a la hora de tomar esta decisión, que en muchas ocasiones luego de lograr un cupo en la universidad (lo cual parece ser una odisea) resultan desertando de su formación por el hecho de no encontrarse satisfechos con lo que estudian. Este es un problema estructural en la educación básica y media en nuestro país, que por lo general no prepara a sus estudiantes para enfrentar su futuro profesional.

Lo anterior puede contribuir sin lugar a dudas en las dificultades de acceso a la universidad y a la posterior deserción en quienes logran ingresar, que se refleja en cifras más o menos recientes que sobre la materia hay para Manizales, como fue un estudio del Centro de Estudios Regionales Cafeteros y Empresariales – CRECE (2014), que indicaba que solo 2 de cada 10 bachilleres logran acceder a la educación superior, y peor aún, tan solo 2 de cada 10 universitarios logran terminar su formación profesional, o para el trabajo y el desarrollo humano.

Las políticas gubernamentales para atender esta problemática, deben ir mucho más allá de ofrecer a los estudiantes de bachiller, la posibilidad de realizar de manera gratuita preicfes para prepararse para las pruebas de Estado, como es el caso de lo que de buena manera realiza la Alcaldía de Manizales y la Gobernación de Caldas para los jóvenes del Departamento. Esto sin duda es un esfuerzo loable pero insuficiente, en la medida que no basta con este tipo de acciones, sino que además se requiere de una orientación vocacional integral para que los futuros bachilleres tomen las mejores decisiones posibles para su futuro profesional.

 

 

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